El agua que inventamos

Hay libros como hachas que rompen el mar de hielo que llevamos dentro*, hay libros-soplete que lo calientan hasta derretirlo, hay libros-chorro-de-agua-hirviendo, y hay libros como este y las lloviznas: suaves, con su propio tempo, pero que acaban calándote hasta los huesos.

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De alguna manera, me recuerda a El libro del desasosiego. Aunque el de Noelia Pena es más político y positivo. Político, en sentido amplio, el de una intimidad compartida que se está revolucionando.

Noelia piensa: «Lo verdaderamente revolucionario será apropiarnos del tiempo que necesitamos para pensar el tiempo».

Desea: «Querer decirlo todo y tener la sensación de que todo ha sido ya dicho. En nuestra vigilia soñamos palabras incendiadas en lo oscuro. ¿De dónde brotarán esas palabras, hoy que los significados han sido neutralizados en el engranaje de la mercadoctenia? (…) Allá donde las palabras no llegan, allá aguarda siempre nuestro cuerpo».

Desafía: «¿Podríamos hacer algo aún a riesgo de equivocarnos , pensar aún a riesgo de no saber con exactitud cuál sería el resultado? ¿Sería deseable un mundo sin mapas o el temor a perdernos nos sigue anclando a la orilla?».

Y apuesta: «¿Y si no se trata de lanzarnos a un río, sino de inventarnos el agua que falta?».

Ni es un mapa, ni una novela, ni un ensayo, ni un poema. Son anotaciones para el vuelo de un pájaro. Una toma de palabra para desarmar la palabra.

Aparecen redefiniciones, citas, anécdotas, imágenes, filósofos. Aparecen recuerdos y poetas. Aparece la precariedad y un único deseo: quemar el currículum.

Aparecen las plazas.

Aparece ella, tú, nosotros.

Garabateo una intuición: Creo que si cayese en manos de un futuro historiador o antropólogo, podría sacar petróleo sobre nuestros tiempos.

Y un elogio: Si cayese en manos de Rajoy, apenas entendería nada.


 *Franz Kafka
 
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